Miriam Durango Artista Visual

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Beatriz Alonso
Imágenes: ya no, siempre y todavía 

Aunque hayamos destruido sus estatuas,
aunque los hayamos sacado de sus templos,
los dioses no han muerto por ello, en absoluto.
Constantino Cavafis
 
Derribadas sus estatuas, arrojados de sus templos, y aún así los dioses se aferraron a su supervivencia, por encima de los antojos de quienes pusieron todo el empeño en dibujar los contornos del relato histórico que habría de llegar hasta nuestros días. Inmortales, fueron capaces de burlar los deseos ajenos de trascendencia de unas historias sobre otras; de unos personajes sobre otros. La veneración a sus representaciones superó la materialidad destruida, encarnada a través de sus distintos símbolos de poder y de sus imágenes.

Rescatada de entre las referencias de la artista, la cita de Constantino Cavafis con la que arranca este texto me lleva a aquella otra de Flaubert encontrada por Marguerite Yourcenar en una de sus cartas: «Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo». Solo pero en relación con todo, como la escritora francesa se esforzó en definirlo y describirlo a lo largo de su vida; como todos y cada uno de nosotros; como la inabarcable complejidad de elementos que componen la maraña que llamamos universo.

Dando un gran salto cronológico, el trabajo de Miriam Durango nos ofrece una profunda reflexión en torno a la construcción de las imágenes en la contemporaneidad, y a cómo estas se insertan dentro de ese todo mayor, universal, tejido a partir de infinitas partes interconectadas. Sumergiéndonos en su obra, descubrimos una excelsa capacidad de adaptación a la precipitación de cambios tecnológicos que nos han sacudido en los últimos tiempos, y a un deseo: el de experimentar con las posibilidades técnicas, ficcionales y materiales que estas transformaciones nos brindan a la hora de imaginar otras realidades. Poco importa la naturaleza de la imagen en cuestión pues, cual fina veladura, el resultado deja entrever los amarres pictóricos en los que se sustentan su formación y los primeros pasos de su andadura artística. Las réplicas de este conocimiento plástico seguirán latentes en toda su producción, ya sea para cuestionar las convenciones heredadas, o para inventar mundos nuevos a los que escaparnos cuando este se nos hace insoportablemente aburrido.
 
Cuestionamiento e invención han ido de la mano desde los inicios de su trayectoria, cuando la luz y el color eran  responsables de dar forma y materia a una serie de vivencias vinculadas con un plano más metafísico. Los tintes depsicodelia alucinatoria de estas primeras composiciones abstractas son, además de una evasión de los límites de la realidad tangible, un intento por traducir en imágenes la esencia invisible de aquello que a priori parece inaprehensible. Las posibilidades y potencialidades de lo visible orbitan en la evolución de su trabajo: desde la abstracción a la figuración; desde lo manual a la reproductibilidad tecnológica, impregnado siempre por una mirada ávida de experimentacióny conocimiento.
 
Son reveladoras, en este sentido, las distintas series figurativas realizadas en los años noventa, en las que Durango se interesa por la construcción y deconstrucción de estereotipos de género e identidades sexuales. No lo hace cayendo en victimismos o en lugares comunes, sino con ironía, proponiéndonos un juego en el que nuestra percepción se ve distorsionada ante imágenes un tanto “sucias”, en las que el pixel reventado no logra desbancar aún a la pincelada como protagonista. Retratos que deforman figuras de poder y deseo, y las acercan a lo monstruoso mediante exagerados primeros planos o una escenificación descarnada donde muestra algunas de las tentaciones y violencias de una sociedad tan prejuiciosa como voyeurística. Como en un circo de los horrores o en un peep show, anhelamos mirar sin ser vistos; hacerlo furtivamente para inmediatamente después regresar a una cotidianidad impregnada de cuerpos vaciados, unificados: vagabundos condenados a una deambulación eterna.

Las piezas textuales en las que fondo y figura se retroalimentan en una convivencia fluida sin competencias cierran un ciclo pictórico para dar paso a otro protagonizado por la experimentación con el medio audiovisual. Con el cambio de milenio, las pantallas sustituyen a los lienzos y se convierten en ventanas por las que asomarnos a una especie de ciencia ficción dominada por unos seres animados, paradójicamente, carentes de alma. Los retratados podríamos ser cualquiera de nosotros y a la vez ninguno: asistimos a un laboratorio donde clonan rostros, funden voces y los individuos ya no existen sino en una combinación febril y aleatoria. Estamos ante una nueva era en la que un crisol de relaciones deviene posible gracias a la multiplicidad de relatos que las imágenes nos ofrecen todavía. Evocadoras, seductoras, sospechosas, a veces incómodas, pero siempre necesarias ante una sociedad de ojos entumecidos, en la que la artista actúa desde la crítica sin por ello renunciar ni a la imaginación, ni a la materia.
 
La posibilitación de espacios donde dudar y sentirnos apelados atraviesa toda la obra de Durango: por un lado, ante un tiempo presente espectacular, mediatizado, en el que resulta imprescindible introducir códigos visuales alternativos a los estandarizados; por otro, ofreciéndonos herramientas con las que enfrentarnos a esa reproducción ingente de imágenes de manera crítica y especulativa. Es en el territorio de lo común donde nos encontramos y confrontamos con una gran parte de la producción visual actual. En ese ir y venir de relaciones de las partes y entre ellas con el todo emergen los significados y dan lugar a un campo de libertad, problematización y pensamiento que solo parece posible hoy desde el ejercicio comprometido de la práctica artística.

Beatriz Alonso
Comisaria independiente
 


 
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